Amigos, hermanos, compañeros de trabajo, familia espiritual e hijos de Dios dispersos, cálidos saludos cordiales desde nuestras oficinas en la Costa del Golfo. Mi esposa y yo oramos y esperamos que todos se encuentren bien y que nuevamente su semana haya sido bendecida.
El viernes pasado por la noche, disertamos acerca de Una Infección de Amargura. La vida, para algunos ocasionalmente, y para otros con frecuencia, puede presentar acontecimientos amargos como muertes prematuras, problemas de salud graves, pérdidas injustas de empleo y relaciones dañadas. La lista podría ser más extensa.
A lo largo de nuestros años de vida, la mayoría de nosotros nos hemos enfrentado a uno o más de estos eventos. Desafortunadamente, dentro los que constituimos el Cuerpo de Cristo, la última categoría mencionada nos ha afectado con demasiada frecuencia.
¿No sería fantástico si todos los problemas de relación se pudieran curar y corregir? Pero no siempre es así, a pesar que tratemos de enfrentar las dificultades que conducen a dañar una sana relación. ¡Indudablemente, todos debemos esforzarnos por ser parte de la solución y no seguir haciendo cosas que agranden el dilema o creando nuevos problemas! Pero los humanos seguimos siendo carnales. Todavía no somos Espírituales.
De vez en cuando me gustaría mirar más de cerca y discutir algunos de estos aspectos de nuestra humanidad y cómo superar los desafíos desde la perspectiva Divina.
Cuando era adolescente, me encantaba armar trampas inofensivas para pequeños animales. Después de examinarlos visualmente, con precaución a través de la trampa, los enviaba de nuevo a la libertad. Lo interesante era que, con frecuencia, mientras el animal estaba atrapado, parecía no tener idea de estar prisionero, o al estar interesado en el potencial alimento representado por la carnada, se arriesgaba para comerlo. La trampa rápidamente se “rompía” o se cerraba, pero por lo general funcionaba perfectamente.
Incluso observaba cómo se desarrollaban los acontecimientos, teniendo en cuenta todos sus factores, poniendo interés en el proceso de desarrollo.
En lo que a mi respecta, hay una lección que tal vez sea útil para otros.
Una de las “trampas” en la que podemos quedar atrapados cuando alguien nos ha lastimado, es considerar que nuestro antagonista está siempre equivocado y asignarle toda la responsabilidad. Incluso podemos estar ciegos a cualquier cambio, mejoría o incluso arrepentimiento genuino que el contrincante manifieste y así bloquear la reconciliación y la sanidad de heridas pasadas.
En la mayoría de los casos, ambas partes tienen alguna participación, pero deciden culpar al otro cuando surge el conflicto que más tarde se intensifica. Por otra parte, si alguien está exhibiendo comportamientos genuinamente abusivos, estos deben abordarse. Si son lo suficientemente graves, es posible que la relación no pueda restablecerse por completo debido al daño ya hecho. El término “abuso” algunas veces es usado excesiva o incorrectamente para aplicarlo a una cualquiera, o a todas, las acciones molestas que otra persona realiza. Podemos ser impacientes, descorteses o demasiado duros al decir cosas, pero no abusar en realidad. Una vez más, creo que pudo haber habido una reacción exagerada al calificar como “abusiva” una impertinencia, ejecutada con palabras o hechos, cuando alguien, en el pasado, se hubiere quedado corto y hubiere dicho o hecho algo que podría ser considerado genuinamente como tal.
El mundo en que tú y yo vivimos actúa precipitadamente al calificar las acciones sin un pensamiento crítico. Pocos actúan responsablemente, y muchos no quieren reconciliarse y permanecen resentidos, considerándose víctimas.
Una cosa es cierta, nuestro misericordioso Padre Celestial nos llama a hacer todo lo que podamos para promover la paz entre hermanos. “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”. (Hebreos 12:14). Jesús enseñó en el Sermón de la Montaña: “Benditos sean los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. (Mateo 5:9)
También enseñó: “Pero yo les digo: amen a sus enemigos, bendigan a los que los maldicen, hagan bien a los que los odian y oren por los que los maltratan y los persiguen”. (Mateo 5:44).
Somos capaces de leer estas palabras, pero practicarlas es una tarea difícil que va en contra de nuestra naturaleza humana. Más adelante en su discurso, Jesús presentó la “Oración modelo” o bosquejo de la oración. Luego hizo una declaración aleccionadora. “Porque si perdonas a los hombres sus ofensas, tu Padre celestial también te perdonará a ti. Pero si no perdonas a los hombres sus ofensas, tampoco tu Padre perdonará tus ofensas”. (Mateo 6: 14-15)
Ahora nos adentramos en la parte práctica, no en la teoría, de un importante aspecto de la paz, ¿no es así?
Recuerde que Jesús refirió una parábola después de su respuesta a Pedro acerca de cuántas veces se necesita perdonar al hermano que peca contra el prójimo. El Maestro dijo que debemos perdonar 70 veces 7, (esto es, un número ilimitado de veces).
En la parábola registrada para nuestro provecho en Mateo 18: 23-35, Jesús describió una situación en la que un siervo le debía a un rey una gran cantidad de dinero. Debido a que el siervo no podía pagar, el rey ordenó que él, su esposa e hijos fueran vendidos como esclavos y lo que poseía se vendiera para pagar la deuda. El sirviente se postró y suplicó paciencia y misericordia. El rey se compadeció y le perdonó toda la deuda. Pero entonces ese mismo sirviente se encontró con un consiervo que le debía una cantidad relativamente pequeña, quien pidió paciencia y aparentemente más tiempo para pagar la deuda. El sirviente al que se le había perdonado la enorme deuda tenía a su compañero encarcelado. El amo se enteró de lo sucedido y se enojó y entregó al despiadado sirviente a los torturadores hasta que su deuda fuera pagada.
Jesús resumió la lección de la parábola con la siguiente sentencia: “Así también mi Padre Celestial les hará si cada uno de ustedes, de corazón, no perdona a su hermano sus ofensas”. (verso 35)
Tú y yo debemos aprender la lección de esta parábola y retenerla en nuestros corazones cuando interactuemos con el prójimo. Una parte real de nuestra Cristianidad es buscar la paz con nuestros semejantes … ¿cómo lo estamos haciendo? Las tensiones permanecen, a veces las relaciones son dañadas sin remedio y nunca es fácil la vida pacífica. Pero, con Cristo viviendo en nosotros a través de su Espíritu, ciertamente hay esperanza.
En la medida en que avanza el Sábado, reflexionemos, oremos y meditemos en estas enseñanzas, ¿quieres hacerlo?
¡Brazos arriba amigos! Nuestras oraciones y pensamientos están diariamente con ustedes. Por favor oren por nosotros también.