En los dos últimos estudios y discusiones nocturnas de la Comunidad Monte Carmelo, hemos charlado de lo que hablé en mi carta pastoral de la noche del viernes 2 pasado. Nos adentramos en un área que muchos de nosotros podemos sufrir, sintiéndonos absolutamente vacíos y sin poder.
Terminé la carta del viernes 2 por la noche con este párrafo:
“Con la gracia de Dios, el arrepentimiento y el perdón de Jesucristo, y de Él que vive en nosotros, junto con nuestra propia determinación empeñada de llevar esto a cabo y de no rendirse podemos vencer el pecado y dejarlo atrás para siempre. Debemos perseverar hasta el fin, si queremos vencer. En esencia, esto implica permitir la mente de Cristo en nosotros (Filipenses 2:5) a través de Su Palabra, y llenar nuestro vacío interior con Él. Simplemente no podemos quedarnos carentes de Dios, vacíos o inútiles.”
Como prometí, examinaremos ahora algunas opciones muy reales que Dios nos da para tener éxito, vencer y llenar ese vacío, esa carencia o esa deficiencia que produce el pecado . . . y examinaremos más de cerca cómo el pecado hace eso.
He aquí algunas ideas sobre el cómo: cuando un automóvil se descompone, o bien si algo en nuestro cuerpo no anda bien, o incluso si algo en nuestra casa deja de funcionar correctamente, tenemos que identificar, “¿Qué se ha descompuesto? ¿Qué está roto y por qué?” Asimismo, deberíamos indagar profundamente, pedirle a Dios entendimiento, comprensión y ayuda para identificar que parte de la ley de Dios se está violando o se ha violado.
Dios estableció Sus leyes perfectas para protegernos. Piense en ellas como una valla, barrera o cerca espiritual: fuera de esa cerca existen algunos de los males peores que este mundo tiene para ofrecer, mientras que dentro de la seguridad de esta cerca están las acciones y decisiones que conducen a la paz. No hay nada que le impida escalar esa cerca, pero hacerlo puede exponerle a un mundo de problemas.
En la palabra de Dios, Juan define el pecado como “la infracción o transgresión de la ley” (1 Juan 3:4), lo que para nosotros significa que cada sección de esa “cerca” se relaciona con una parte específica de la ley de Dios.
Si nos encontramos fuera de esa “cerca”, nuestra primera prioridad (después de arrepentirnos y volver a entrar) debería ser identificar exactamente qué parte de la ley de Dios violamos y por qué es esa ley importante.
Una cosa para ustedes y para mí es entender que Dios dijo “No robarás”. Otra cosa es entender por qué lo dijo, ya que el robar tiene el potencial de destruir nuestras relaciones, empañar nuestra reputación, dañar las vidas de los demás y denigrar nuestro carácter.
Identificar el pecado, o la transgresión de la ley de Dios, no solo significa averiguar dónde trepamos la valla; significa descubrir por qué la cerca estaba allí en primer lugar. Siempre hay una razón y siempre importa hallarla. Usted ve que Dios sabe lo que está haciendo. Hizo este camino bastante claro allá en el principio, en el Jardín del Edén, a Adán y Eva . . . sabemos la historia de lo que sucedió.
Bien, una vez que identificamos el pecado o la infracción a la ley perfecta y santa de Dios, ¿entonces qué? Desde luego tenemos que reconocer de dónde viene ese pecado . . . no tan fácil a los seres humanos, especialmente cuando se nos deja a nuestro propio razonamiento.
El pecado comienza en el corazón. En nuestras recientes discusiones del domingo por la noche, hemos examinado esto de cerca. Jesús lo dejó muy claro durante su Sermón del Monte (Mateo 5:21-30), y luego nuevamente al dirigirse a los fariseos hipócritas les dijo: “Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mateo 15:19).
Así que ahí está la fuente. No podemos negarlo. Podemos razonarlo en sí, pero el pecado es pecado. El pecado va mucho más allá que el acto mismo. Cristo se encaminó a eso muy claramente.
Nuestros corazones nutren y protegen el pecado mucho antes de que tenga la fuerza para manifestarse en una especie de acción física. Cuando los pecados vuelven a nuestras vidas, a menudo es porque hemos tratado de superarlos simplemente dejando de actuar—eliminando la acción en sí misma sin abordar la fuente desde donde crece.
Eso por sí solo no es suficiente. El pecado, o la transgresión, no es solo una mala elección que hemos tomado—es un defecto dentro mismo de nuestro corazón. Con demasiada frecuencia, como con muchas otras cosas, simplemente queremos una “solución rápida”, una varita mágica o una píldora que nos solucione el problema.
Tal como lo hicieron los fariseos, podemos actuar todo lo que queramos para parecer como si estuviéramos “bien”, pero mientras el defecto permanezca, el pecado superará todo el mejor juicio y la fuerza de voluntad personal del mundo.
Como recordamos, en Su Sermón del Monte, Jesús rastreó el adulterio hasta la lujuria, el asesinato y el odio, acciones serias que comienzan en lo profundo de nuestro corazón. Todos los demás pecados son elaborados de la misma manera.
Si hay una acción o acciones particulares con las que estamos luchando, tenemos que identificar el problema en nuestro corazón, que es el que causa estas acciones. Involucrar a Dios en el proceso es crítico—Él ve las partes más secretas de nuestro corazón, e inclusive lo que nos hemos escondido a nosotros mismos (Salmo 139:23-24). Él nos revelará esas cosas, si es que lo permitimos.
Entonces ahora llegamos al punto en que podemos llegar a ver la verdadera causa del problema. Y ahora podemos dirigirnos a la dirección en donde podemos vencer el pecado.
Ahora, al paso que, honestamente, la mayoría pasa por alto y pierde . . . ¡tenemos que reemplazar el pecado entregándonos al Espíritu de Dios y permitiéndole a Dios vivir EN nosotros!
¡Aquí estamos en este momento “¡Ajá!” Hemos identificado la ley que estamos violando y entendemos por qué eso es importante, y hemos rastreado todo hasta la verdadera causa del problema en nuestro corazón. La decisión que tomaremos determinará si mortificamos el pecado o simplemente lo silenciamos temporalmente.
Los seres humanos con mayor frecuencia adoptamos el enfoque de atacar al pecado mismo—desenterrarlo y desecharlo. Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos más bien intencionados, el pecado parece estar hibernando en vez de morir, solo esperando el mejor momento para sacar su cabeza fea y comenzar a causar ese viejo caos tan familiar en nuestras vidas.
Veamos a un ex-ladrón, por ejemplo. Digamos que ha reconocido el error de sus caminos y comprende el daño que se estaba haciendo a sí mismo y a los demás. Inclusive tal vez puede ver en su corazón cómo sus acciones incorrectas fueron impulsadas por el egoísmo y la codicia inaudita de su propio corazón. ¡Excelente! Pero, un día ve algo que quiere robar, porque, no se equivoque, notará algo. ¿Qué pasa entonces?
Se dice a sí mismo: “No debo robar. No robes. Yo sé mejor.”
Pero el ladrón no se ha dado una alternativa. La victoria de corta duración en este caso significa no hacer nada con éxito. Y podría ganar esa batalla una, dos, una docena de veces. Pero nunca lo supera por completo.
Entonces, sí, ya lo han adivinado, ¿Adivinen qué va a ganar, eventualmente? La acción. Nosotros no estamos diseñados para sentarnos y no hacer nada.
No podemos vencer el pecado si nos quedamos quietos y tranquilos. Eso solo crea un vacío para que vuelva a crecer y tome el control una vez más, haciendo aún más daño que antes. Lo que nuestro ladrón necesita—lo que necesitamos—es algo que hacer en lugar de robar. ¡E involucra el elemento clave de tener a Cristo viviendo en nosotros!
Pablo nos da parte de la respuesta. “El que robaba no robe más, sino que trabaje esforzadamente, haciendo con sus propias manos lo que es bueno, para tener qué compartir con el que tenga necesidad.” (Efesios 4:28).
¿Y qué pasaría si cada vez que este ladrón tuviera el deseo de robar, buscara a Dios, pidiéndole a Dios que morara en él, y luego hiciera un mayor esfuerzo para dar, en vez de robar?
¿Y qué pasaría si pudiera luchar contra estos impulsos y deseos con algo mejor?
¿Qué pasaría si pudiera conquistar sus viejos hábitos con justicia, con la justicia y rectitud de Cristo viviendo en él?
Nuestro Señor y Maestro nos advirtió sobre el vacío espiritual, y a menos que usted y yo captemos la profunda lección de esa advertencia, nuestro trayecto como cristianos será contraproducente. El pecado no puede simplemente ser eliminado, debe ser reemplazado.
Eliminar el pecado crea un poderoso vacío espiritual en nuestras vidas y en nuestros corazones, y si no lo reemplazamos activamente con algo, nuestra propia naturaleza humana y nuestro adversario lo harán con gusto por nosotros.
A menos que estemos buscando activamente reemplazar los pecados con Dios en nosotros, el pecado entrará en estos espacios recientemente desocupados.
Superar el pecado requiere un esfuerzo consciente a través de buscarlo a Dios verdaderamente, arrepentirse y luego permitirle vivir en nosotros y poner en práctica lo que Dios nos ha establecido en su palabra.
El ladrón debe aprender a dar. Los mentirosos deben aprender a decir la verdad en el amor. Los que adoran a los ídolos deben aprender a adorar en espíritu y en verdad, y así sucesivamente.
Independientemente del pecado con el que estén luchando, Dios proporciona el poder para ayudarle a eliminarlo permanentemente y reemplazarlo con Él, no con nosotros mismos. Tenemos que llenar ese vacío. Y, debemos HACER algo.
Oh, créanme, sé que es difícil, pero no es imposible. Se nos instruye: “No te dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien” (Romanos 12:21).
Estos pasos son un plan realista para vencer el pecado, y sabemos que se puede hacer porque “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
¡El sacrificio de Jesucristo y el Espíritu Santo de Dios hacen que estos pasos sean posibles, factibles y alcanzables! Pero, recuerde, no es una cosa de “una vez y ya hemos terminado”.
El proceso del arrepentimiento y del cambio duradero—de Cristo viviendo en nosotros y edificando el carácter santo y justo—son procesos de toda una vida.
Recuerde, el espíritu de Dios es uno de amor, poder y una mente sana. Dios es amor, es más fuerte, es más inteligente y mientras hagamos nuestra parte para librarnos de nuestra propia humanidad—y de la obra de nuestro adversario—tendremos éxito. Pablo escribió: “Si Dios es por nosotros. ¿Quién puede estar en contra de nosotros?” (Romanos 8:31).
Como mi compañero del ministerio y amigo Stephen Glover nos ha recordado a menudo durante las comunicaciones vespertinas “si Dios es por nosotros, entonces somos más que vencedores”. Si Dios es por nosotros, como nos dice Pablo, “Estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 8:38-39).
Seremos vencedores. ¡Vamos a vencer el pecado! Nuestro Dios nos dará todo lo que necesitamos para ganar esta batalla, esta pelea, pero tenemos que dejarlo a Él vivir en nosotros. Luego salir y pelear la buena batalla, y seguir llenando ese vacío espiritual que a veces nos agobia.
Así que amigos y hermanos Dios nos da en Su sábado, tiempo y horas extras para analizar estas cosas . . . Al cerrar esta carta, como hago todos los viernes por la noche . . . cuando entramos en el sábado santo del Señor . . . les pido que me acompañen al reflexionar juntos sobre estos asuntos. Nuevamente, le pido a Dios que continúe bendiciéndoles abundantemente.
¡Nuestras oraciones y pensamientos están con ustedes diariamente! Por favor, les pido que oren por nosotros también.